miércoles, 28 de abril de 2010

To eat / ate / eaten ... los tópicos y el hambre

Porque algo hay que comer
y la lechuga también tiene sentimientos
aunque no lo parezca
y el tomate también tiene sentimientos
aunque no lo demuestre
y la cebolla también tiene sentimientos
aunque no los exprese
Comer. Uno de los verbos preferidos de los ingleses. No para decirlo, claro está, si no para ponerlo en práctica, para hacerlo efectivo.
Si nos ponemos a repasar los tópicos típicos / típicos tópicos del mundo siempre llegaríamos a las mismas conclusiones y redundaríamos en la imagen que todos y cada uno de nosotros tenemos sobre la comida, la forma de ser, las costumbres... de otros países.
El problema llega cuando algunos de esos TT (tópicos típicos o viceversa) no sólo son una simple imagen distorsionada de la realidad social si no que son totalmente visibles, reales.
¿Qué podemos pensar de Inglaterra y de los ingleses desde la distancia? Pues que son fríos, que sólo tienen dos palabras en su vocabulario: sorry y thank you, que les gustan los animales de compañía (de esos que te acompañan incluso hasta la cama y llenan la moqueta y el resto de la casa de 'lindos' pelitos), que, por algún motivo ya citado, son un poco desordenados, no limpios..., que son muy reservados para los temas privados, que les encanta hacer colas para todo, que toman el té a la hora del té, que comen muy mal porque su comida es espantosa, que les encanta beber, mucho, mal y pronto, que adoran a su reina, que son reprimidos y se ponen liguero y una naranja en la boca para obtener placer sexual, (¡uy! creo que he llegado demasiado lejos. No debí documentarme tanto sobre estereotipos ingleses).
En definitiva, que, sean muchos o pocos, lo raro es no tener ningún tópico en mente cuando se habla de los ingleses. No deberíamos hacerlo pero lo malo es que, como decía antes, en ocasiones esos tópicos no son tal si no que son realidades. Por ejemplo, de los que he citado diría que casi todos son perfectamente perceptibles al ojo humano si ese humano vive aquí durante un tiempo determinado después de haber estado, obviamente, viviendo en otro lugar para poder comparar.
No me gustaría resaltar ninguno pero tengo que detenerme en uno de ellos. La comida. Sí, los ingleses comen, como todos, pero mal, muy mal. Sus horarios son eso, suyos. Más bien diría que no hay horarios, sobre todo para aquellos que pasan ocho horas en una oficina. Les resulta agradable comer cualquier cosa a cualquier hora delante de la pantalla del ordenador sin importarles si el olor de esa asquerosa especialidad culinaria está matando al resto de la plantilla que a esa misma hora está en la oficina. Comen mientras trabajan. Trabajan mientras comen. Ahora un cruasán, ahora una lonchita de carne, ahora unos frutos secos, ahora unos frutos no tan secos, después un té con unas pastas, luego unas uvas, un poco de atún o tal vez una hojita de lechuga untada con queso fresco... Sin control. Sin horario. Un suplicio para quien espera a las dos para irse a comer bien, a comer comida bien, a una hora bien.
Entiendo que hay que adaptarse a todo. Es la regla número uno cuando sales de casa. Y lo hago, lo hacemos. Lo prometo. Pero de verdad que no puedo con sus comidas, con sus platos tan lamentablemente preparados, con sus comidas descontroladas, con sus no horarios... No puedo.
De todas formas no todo es tan malo. Cuando llegué intentaba seguir, más o menos, el ritmo de horarios y comidas que llevaba en España. Con el paso del tiempo a las 12 del mediodía ya tengo hambre. Pero no hambre de un pinchito o una tapa, no, hambre de hambre inglesa, de comerme cualquier cosa por mal elaborada que esté o por poco nutritiva que pueda ser. De hecho, tengo que reconocer que estoy atrapado por el sabor de los pork pies ingleses a los que, cariñosamente, llamo (al igual que mis compañeros de trabajo) bollitos de puerco. Sí, son ingleses y los como a horas inglesas. ¿Me estará poseyendo el espíritu de los tópicos ingleses? ¡Qué horror! Puede ser. También me encantan los cupcakes, los muffins, las sopas de sabores raros y los sabores raros de muchos productos, las salsas inglesas...
He caído. Lo sé. A parte de ser consciente de que algunos tópicos son reales, me he dado cuenta de que soy uno de los tantos individuos que hacen que esos tópicos nunca desaparezcan. Me he inglaterriculturizado y ahora no puedo comer a horas normales, ni comer comida normal. Bueno, al menos me siento parte del entorno, uno más. Nadie me mirará raro si lo hago, si como mal, cualquier cosa, a cualquier hora.
Hace unos días, una de las jefas del departamento donde trabajo celebró su cumpleaños. Nos trajo un cupcake (los que se ven en la imagen) para cada uno. Sabiendo que era algo inglés y que lo comeríamos a una hora inglesa nadie pudo decir que no a esa pequeña gran masa de azúcar multicolor deliciosamente colocada sobre esa base de bizcocho. Nos llevan por el mal camino pero en el fondo nos encanta, me encanta.

En realidad los ingleses siempre serán ingleses, con sus típicos tópicos, pero uno acaba cogiéndoles cariño. Y sí. Hoy al salir del trabajo me he comido un muffin de tamaño considerable. Puro chocolate. Hay cosas a las que no se puede renunciar tan fácilmente aunque sepamos de antemano que comer cualquier cosa a cualquier hora no es nada saludable, es decir, que es típicamente inglés.

domingo, 25 de abril de 2010

Viaje al pasado

"Es mejor equivocarse que no hacer nada.
Prefiero meter la pata a perdérmelo todo".

(Los Crímenes de Oxford)

Viajar al pasado siempre está bien. Es cansado, sí, pero hacer girar la ruleta del tiempo y retroceder unos años ha sido algo a lo que siempre me ha gustado jugar.
Esta mañana decidí coger un tren, el tren del pasado. Ahora que estoy en Londres me apetecía mucho volver a ver algunos de los lugares que visité cuando vine por primera vez a estas tierras. Y uno de esos lugares mágicos que tenía en mente era Oxford.
Cuando visité esta ciudad en el año 2004 me llevé un buen recuerdo de sus estrechas callejuelas, de su gente, de sus parques... En Oxford se encuentra la universidad más antigua del mundo anglófono y, por este motivo, sin querer, todo está cuidadosamente preparado para los estudiantes. Para muchos es el lugar perfecto para ser universitario, para estudiar. La magia y el encanto de sus edificios y de la propia ciudad en sí anima a estudiar. Decir esto suena mal por aquello de que "a nadie le gusta estudiar" pero está claro que si nos ponemos a elegir, saldría ganando la opción de estudiar en un sitio como éste.
Pues eso. Que me bajé del tren con destino a 2004 y me puse a caminar por Oxford. Poco a poco los recuerdos me fueron llegando a la mente como pequeñas gotas de color que caen sobre un lienzo en blanco antes de empezar a pintar. ¡Por aquí pasé!, ¡aquí paré a descansar, junto a esta fuente!, ¡aquí me hice una foto, bueno dos...bueno, muchas! Mi mente proyectaba imágenes de lugares, edificios, calles... constantemente.
Realmente era un viaje al pasado. Todo seguía exactamente en su sitio. Parecía un decorado que habían vuelto a construir para mi, para mi viaje. Me sentía, en cierto modo, como Alicia en el país de las maravillas. De hecho, Alicia nació allí, en Oxford. Un sitio perfecto para nacer. Ahora entiendo perfectamente que, viviendo en una ciudad así, a Lewis Carroll le llegase la inspiración para crear uno de los personajes más conocidos del mundo. Es una ciudad que te atrapa, te hacer ser parte de su escenario.
Cuando llegué a Bodleian Library (la biblioteca que aparece en la imagen) cerré los ojos. Lo hice durante unos segundos. Lo suficiente como para sentir que mi mente viajaba a través del tiempo, seis años atrás. Había vuelto al mismo lugar. Mi mente viajó al pasado y se llenó de recuerdos, olores, gente.
Volví a abrir los ojos y seguí caminando lentamente. Era el momento de volver, de dejar atrás ese lugar, de volver al presente. Los viajes en el tiempo suelen ser breves pero merecen la pena. El simple hecho de recordar buenos momentos hace que te sientas bien. Creo que seguiré viajando al pasado durante los próximos meses.

"If you don't go, you'll never know!"

viernes, 23 de abril de 2010

Saint George's Day

"Me alegro de que las casualidades cósmicas
nos hagan coincidir en esta ciudad tan extraña".

Hoy, 23 de abril, es el día de San Jorge, de San Jordi, de Saint George... Además, tal día como hoy, hace ya unos años, la UNESCO decidió declarar esta fecha como el Día Internacional del Libro. En definitiva, muchas celebraciones para muchas personas en tan sólo 24 horas.
En mi DNI no aparece ni Jorge, ni Jordi, ni George por lo que la idea de la UNESCO me parece mucho más acertada. De todas formas, hoy, para mí, ha sido el día de 'el libro', que no del libro.
Me explico. Cuando uno llega a un destino nuevo lo suele hacer cargado de muchas cosas pero en la maleta no sólo hay cosas materiales. Uno suele llevarse también la ilusión, el deseo de cambio, la esperanza de que ese cambio aporte novedades... Después de un tiempo creo que muchas de esas cosas que traje han dejado de tener importancia. Las materiales, claro. Al mismo tiempo, otras, ahora, tienen mucha más. La gente, por ejemplo. No hay nada mejor en este mundo que coincidir con gente maravillosa. A mí me ha pasado y me gusta. Mucho.
Loreto, mi compañera de trabajo, una de esas personas maravillosas con las que da gusto toparse en este mundo, me ha regalado un libro. El libro. No me lo esperaba. A Clara, mi otra compañera de trabajo, otra de esas personas maravillosas con las que uno quiere coincidir en esta vida, le ha regalado otro. Seguro que mucha gente hoy se ha sentido igual que Clara y yo. Felices. Estoy feliz no porque me hayan regalado un libro, que también, si no porque me he dado cuenta de que esta aventura, que comenzó hace unos meses, me ha aportado muchas más cosas de las que en un principio podía imaginar. Y no materiales precisamente. Conocer a gente nueva siempre está bien pero descubrir que has hallado a esa gente maravillosa de la que antes hablaba está mucho mejor. Ese es el verdadero regalo, ese ha sido mi regalo. Por eso hoy, para mí, ha sido el día de 'el libro'.
Simplemente, GRACIAS.

miércoles, 21 de abril de 2010

Y de repente ... ella

I could be brown
I could be blue
I could be violet sky
I could be hurtful
I could be purple
I could be anything you like
MIKA – Grace Kelly

Vertical, studio shot, copy space, pink background, photography, portrait, waist-up, woman, one, actress, american artist, hollywood, cinema, star, beauty, famous, elegance, [...].

Éstos son algunos de los términos que cualquier museo o archivo fotográfico virtual (picture library, que en inglés suena mejor) utilizaría para describir esta fotografía. Personalmente, creo que todas esas palabras podrían resumirse fácilmente si dijésemos sólo una: Grace Kelly.
Cuando llegué a Londres, a mi nuevo trabajo, uno de los primeros proyectos en los que me tocó colaborar llevaba por título precisamente esa palabra, ese nombre.
Algunos de mis compañeros ya habían iniciado una relación con Grace y, al igual que ellos, yo me tuve que poner al día rápidamente para saberlo todo sobre ella.
Fue entonces cuando Grace y yo nos conocimos. Me tocó a mi romper el hielo. Era una mujer algo distante. Me miraba sólo a veces, muy de vez en cuando. Otras veces miraba a otros, les besaba, bailaba con y para ellos... Me costó ganarme su confianza pero, tras muchos esfuerzos, lo conseguí. Con el tiempo ya hablábamos de sus rodajes, de sus peliculas, sus directores preferidos, sus compañeros de reparto, sus premios, sus fiestas de gala, su infancia, su matrimonio, su familia, su vida en palacio... Lo sabía todo de ella. Había más confianza entre nosotros. A pesar de ello, en ocasiones, seguía sin mirarme fijamente. A veces pasaba de mí y se quedaba hablando con Hitchcock, con James Stewart, con Gary Cooper. A Grace le encantaba estar con ellos también.
El tiempo pasó y hacía más o menos un mes que no había vuelto a saber nada de ella. Un día, por la mañana, al llegar a la oficina, ella ya se había ido. Se había marchado con otras personas. Había conocido a más gente nueva con la que compartiría buenos momentos como los que pasó conmigo. Yo no sentía celos. En cierto modo sabía que eso pasaría antes o después. Mi proyecto con ella fue creado con un principio y un fin concretos.
No había vuelto a tener noticias suyas. Pero, de repente, el lunes pasado, sobre las diez de la mañana, ella volvió. Volvió al museo. Y volvió para quedarse unos meses más conmigo, con nosotros. La noticia nos gustó a todos. Nos emocionó a todos. Fue entonces cuando Grace me miro a los ojos fijamente. A pesar de los malos ratos que me pudo hacer pasar sé que mi relación con ella siempre fue cordial, buena. Fuimos amigos. Somos amigos.
Sé que a partir de ahora va a estar muy ocupada. Hay mucha gente que también quiere verla y hablar con ella porque tendrán mucho de lo que hablar, supongo. Grace hizo grandes amigos tanto dentro como fuera del museo. Le he prometido ir a verla a menudo. Volveremos a hablar de nuestras cosas. Le hemos dejado una de las salas del museo para que acoja a todas esas visitas hasta septiembre. ¡Qué mujer! ¡Va a pasar todo el verano en un museo! Para que luego digan que no era simpática. A mí me caía bien. Y lo sigue haciendo.
Gracias Grace. Londres no hubiese sido lo mismo sin ti.

martes, 20 de abril de 2010

13, Rue del Percebe

Llaman a la puerta,
¡oh por Dios,
queréis callaros por favor!

Creo que ya empieza el show.

Love of Lesbian – Marlene, la vecina del ártico

Después de estar viviendo unos meses en el mismo lugar, un lugar nuevo por otra parte, uno llega a hacerse un esquema mental de ese escenario.

Como si del cómic de Francisco Ibáñez se tratase, yo también puedo decir que vivo en un 13, Rue del Percebe. En mi puerta también se puede ver el número trece, aunque mi calle tenga un nombre inglés.

Cuando vi ese número en la puerta de la casa donde iba a pasar los próximos meses un escalofrío recorrió mi cuerpo. No sé todavía muy bien si aquello era una buena señal o todo lo contrario. De momento, he tenido mis aventuras como le ocurre a todo aquel que viene a Londres a vivir. Lo de siempre. Lo típico: caseros que piden dinero por adelantado de semanas que han sido pagadas previamente, agentes inmobiliarios que se cuelan en tu casa, en tu habitación, a las nueve y media de la noche para mostrar el lugar donde vives a unas lindas jóvenes de América del Sur que van a echarte del piso porque una pareja de amigos ha alquilado también esa habitación (y tu sin saberlo y tu casero sin habértelo dicho)… vamos, lo habitual.

Pero entre todas esas cosas raras, extrañas, llamémoslas especiales, siempre existen aquellas que son las que, como digo, ayudan a configurar ese plano de situación. Son básicas. Fundamentales. Los compañeros/as de piso, por ejemplo, lo son pero también están los vecinos. Sí, en Londres la gente suele vivir en casitas adosadas, las típicas casitas adosadas inglesas. Yo no. Yo me vine a vivir a un edificio, de esos edificios típicos españoles con plantas, balcones, pisos idénticos (al menos por fuera) unos encima de otros. Como los de la Rue del Percebe. Pero vayamos por partes. Creo que será lo mejor.

Los compañeros de piso. En mi caso, dos chicos. Somos tres personas viviendo en la misma casa. Pocos metros cuadrados, tres habitaciones, un baño, un aseo y ‘el cuarto caliente’. No piensen mal. Es un pequeño habitáculo donde está la bomba de agua, los raros sistemas de calefacción inglés (de ahí el calor constante), la plancha, un radiocasete ochentero azulado, una percha sin perchas, baldosas sin usar, los restos de lo que un día fue una escoba normal… ¡ah! también está ahí Henry (la aspiradora) –nosotros tenemos a Henry (aspiradora macho), otros tienen a Hetty (aspiradora hembra). Sí. Los ingleses son así. Pues eso. Todo esto en un espacio pequeño.

Uno de mis dos compañeros casi nunca está en casa. Es chef. Trabaja en un restaurante. Tiene la habitación más grande; esa que un día hacía las veces de salón. Por eso ahora no tenemos salón. Una pena porque podríamos utilizar sus ausencias y sus constantes visitas a la casa de su novia para tener una sala común, pero no. El prefiere venir una vez cada dos meses y hacernos ver que, por alguna razón extraña, sigue viviendo en ese cuarto. Lo conocí al segundo día, cuando yo entraba en casa y él salía de la ducha. En fin. Así fue.

Mi otro compañero. El otro. El ser que habita en la habitación del centro. Ese compañero que todo piso inglés debe tener. Un compañero ideal. A este lo conocí cuando el entraba en el piso y yo salía de la ducha. Sí, nos gusta ser oportunos. Somos así en esta casa.

Como digo, este es el compañero ideal. Ideal para cogerlo por el pelo y arrastrarlo escaleras abajo hasta la puerta del portal. Sí. Le he cogido cariño, como ven. Un día de estos le explicaré con la mayor de las delicadezas qué significado tiene la palabra limpieza. Quizá también le venga bien saber lo que significa el orden, el jabón, el estropajo, el paño de cocina, la fregona, la papelera, el silencio (a ciertas horas del día)… se lo explicaré todo. Haré de él una persona… normal.

De todas formas él ya tiene bastante con ser como es. Tiene que ser muy difícil llegar a ser una persona así. Le ha debido costar mucho tiempo ser un cromañón semievolucionado que sólo conoce el arte de beber cervezas, ensuciar, descolocar y emitir sonidos extraños (normalmente guturales a la par que erótico-festivos) a altas horas de la madrugada (incluso por las tardes a la hora de la cena). Así es él. Me di cuenta de que me iba a costar mucho tiempo hacer de él una persona de provecho cuando hace unos días escuché cómo fingía sus propias cópulas. Sí, suena muy mal. Desde luego que suena muy mal, sonaba muy mal. Espero no volver a escucharlo.

Así son mis maravillosos compañeros de piso. Un inglés, un irlandés y un español. Formamos el chiste perfecto. Ahora, eso sí, gracia, ninguna. La gracia se encuentra de puertas para afuera. Mis vecinos. Esos si que son graciosos. Tengo de todo. Está la niña que los sábados juega a ser lobo porque le encanta hacer el rol de hombre y comerse a los pobres corderitos que suben y bajan las escaleras durante horas y horas antes de que mamá les llame para comer. También tenemos a la maniática de la limpieza que saca a Hetty (ella es una de esas inglesas que tienen a la aspiradora hembra) a pasear a las horas más tranquilas del día, es decir, las siete y las ocho de la mañana de los sábados y/o domingos. Al fondo de mi piso (el edificio tiene varias plantas, todas ellas con un balcón común que va de lado a lado) está el gato hinchable, un animal de unos doscientos kilos que se contonea de un lado a otro mostrando sus enormes encantos. También tenemos a los pequeños hoolingans ingleses, con camisetas de equipos ingleses, con cara de ‘me gusta meterme en problemas pero no mido más de un metro de estatura’, que inocentemente juegan a quemar en el rellano del portal todo aquello que se encuentran en la calle. No me puedo olvidar de la madre bakala, que saca sus altavoces al balcón para que todo el mundo escuche los últimos temazos de su amplio repertorio musical. También tenemos al señor mayor que sale a la puerta de casa para fumarse sus cigarrillos de dos en dos por miedo a morir y no haber acabado la cajetilla. Es muy frecuente encontrarse también por las escaleras, cuando subes o bajas, al perro asesino, y a su dueño claro. Pero para mí el vecino real es el perro, es el que siempre saluda. Te mira. Le miras. Te mira. Escapas. Te mira. Corres. Huyes. Maldices al dueño por no estar allí en ese momento y atarlo con una cuerda lo suficientemente fuerte y segura para que no abra esa boca y te trague de un bocado. Sé que nunca seré amigo de ese perro. Me mira mal. En la planta baja vive la seguidora número uno de Perdidos. Su puerta no se ve. Se intuye. Miles y miles de macetas con miles y miles de plantas, flores y palmeras esconden su puerta que lleva, sin duda, a algún sitio del más allá.

Compañeros. Vecinos. En el fondo me gustan. Muy en el fondo. Pero sé que si no fuera por ellos mi experiencia en Londres sería totalmente diferente. Y ya saben lo que dicen: mejor malo conocido que bueno por conocer.

Seguiré, si nada me lo impide, viviendo en mi particular 13 Rue del Percebe.

lunes, 19 de abril de 2010

Las apariencias (si) engañan (en Londres)

Oh, watch out! Watch out!
I'm cheating on you!

Franz Ferdinand – Cheating On You

Ha sido volver a casa y toparme con las casualidades. Una detrás de otra. Tanto para bien como para mal.
Esta mañana desde la oficina opté por escribir en el blog por aquello de hacer pequeños intervalos de descanso entre trabajo y trabajo. Claro está que en un museo se trabaja. Mucho. Unos más que otros pero, en definitiva, siempre hay algo que hacer. Escribía, como digo, suplicando que el famoso 'humo negro' que planea sobre nosotros se fuese. O al menos que lo hiciese la masa de humo extraño que se había colado en mi ordenador y me impedía conectarme a Internet.
Pues bien. Al llegar a casa todo estaba en su sitio. Tal y como lo dejé esta mañana antes de ir a trabajar. Pero, además, había algo nuevo. Algo que debería haber estado y faltaba desde hacía unos días. Sí. Efectivamente. Enciendo el ordenador y el efecto mortífero que el humo negro del volcán islandés había ejercido sobre mi portátil se había esfumado. Volvía a tener Internet. Volvía a estar conectado al mundo. Primera casualidad. Casualidad positiva.
La segunda de las casualidades ya no ha sido tan placentera. De todas formas pienso que, por alguna extraña razón, todo esto debía ocurrir para que las cosas volvieran a ser como eran, y como siempre debieron ser.
A escasos metros de entrar en mi casa escuché una voz. Era una voz familiar. Una de esas voces que, al escucharlas, te hacen recordar momentos, circunstancias, hechos. Era la voz de aquella joven. Una chica de unos treinta y pocos años estaba 'pidiendo' dinero. Estaba muy nerviosa. Su coche se había estropeado y había tenido que dejarlo en la gasolinera (gasolinera que se encuentra al lado de mi casa). Pedía 'unas moneditas' para poder pagar la gasolina que acababa de poner en su choche ya que había perdido, no sé muy bien de qué extraña manera y en que desconocidas circunstancias, sus tarjetas de crédito.
Esa historia me sonaba. Y me sonaba esa voz contándome esa historia. Me sonaba también la chica. Era ella. Ella me había contado la misma historia a mí hace aproximadamente una semana. Justo cuando Internet decidió irse a Islandia para volar entre la nubes con las cenizas. Ahora estaba contando la misma historia a los transeúntes. La gente, como yo, le daba esas moneditas que tienes por ahí sueltas para, de algún modo, contribuir a que la desesperada joven pudiese seguir con su vida, ir a por su coche, solucionar su problema. Todo era falso. Su nombre seguro que era falso, su aparente vida en Notting Hill era falsa, su coche, su apariencia, su historia. Todo. Todo era una mentira. Las apariencias me engañaron. Esa mujer me engañó al igual que esta tarde lo hacía con todo aquel inocente que se cruzaba.
De nuevo una estafa en Londres. ¿Casualidad? Esta, si es que es una casualidad, era de las negativas.
De todas formas, el día que le ofrecí esas monedas me sentí bien. Pensé que habría ayudado a alguien y que esa buena acción se vería recompensada. Ese mismo día me quedé sin Internet (... shit!). La casualidad ha hecho que hoy, cuando he descubierto la verdad sobre aquella mujer, todo haya vuelto a la normalidad, a su sitio. También Internet lo ha hecho y no es una apariencia de las que engañan, es una realidad.
Al menos ahora sí me siento bien. Aunque en mi bolsillo haya tres libras menos.

Las cosas no mejoran

Parece que la nube de cenizas que amenaza y atemoriza al mundo desde Islandia no nos da una tregua. No hay tregua para los miles de viajeros que esperan durante horas y horas en los aeropuertos para poder volar. Tampoco la hay para mi y mi comunicación con el resto del mundo.
El martes pasado, unos días antes de que el “humo negro” hiciese acto de presencia para atemorizar a los ingleses y al resto del mundo, otra nube, no sé muy bien de qué, se coló en mi casa, en mi habitación, en mi ordenador. Actuó con tanta virulencia que hizo que mi conexión a Internet se fuese. El dónde aún está por determinar. Igual se marchó a Islandia. Al volcán. Igual se ha hecho cenizas también. Quizá mi conexión sólo vuelva cuando la nube negra que sobrevuela Londres (y gran parte de Europa) se vaya también.
Espero que todo se difumine, que la nube se marche, que mi conexión vuelva. Y que lo haga pronto. Muy pronto. Que lo haga YA.
Todo es muy raro. Las cosas no mejoran. A nivel personal, en relación a mi “pequeño” problema de conexión, las cosas siguen mal, muy mal. Pero también es muy raro que estemos bajo la presión y la sombra de estas cenizas negras islandesas y que los cielos de Londres estén azules. Muy azules. Azules como nunca antes lo han estado.
Azul. Verde. Estos dos colores son los que ahora mismo compiten con el gris (o negro, según la prensa inglesa) de esta nube que ha decidido venir para quedarse (de momento). Luchan. Lo hacen para ser el color de estos días. El azul del cielo y el verde del césped predominan y vencen día si y día también. ¡Qué extraño! ¿Tendrá el “humo negro” algo que ver en todo esto?
Realmente quiero que vuelva mi conexión pero no quiero que se vaya el azul, el verde. Quiero buen tiempo. En el fondo, a todos nos gusta, en cierto modo, el “humo negro”. Nos ha traído al buen tiempo, al azul, al verde. Pero las cosas serían mucho mejor si las cenizas que se colaron en mi casa, en mi habitación, en mi ordenador… se marchasen. Para siempre. Las cosas entonces si mejorarían. Y mucho.
Mientras tanto, tomaremos el sol. Más aún de lo que ya lo hemos hecho. Porque sí, a pesar de lo que dicen de Inglaterra y su falta de sol, algunos ya nos hemos puesto morenos.
Si me permiten, me quedaré mirando al cielo para ver si las cosas mejoran.

Supersubmarina – Ola De Calor

Luz del sol, ola de calor
Tu una luz de un lejano azul
Vuélvete a reflejarte sobre mi
Guardáme en tu cama de papel
Tu guardáme de la lluvia otra vez

jueves, 15 de abril de 2010

El humo negro en Londres

Como si de una nueva aventura alienígena de Orson Welles se tratase, los medios de comunicación de todo el mundo nos sorprendían esta mañana con la amenaza de ‘El humo’.

"La ceniza de un volcán islandés provoca el cierre del espacio aéreo del norte de Europa"

Todo lo había provocado el glaciar Eyjafjälla, al sur de Islandia, que decidió entrar en erupción para hacer que los ingleses volvieran a temerse lo peor como ya ocurrió hace unos meses cuando sufrieron uno de los inviernos más fríos de los últimos años.
Sí. Han vuelto a cancelar vuelos en\a Londres.
Sí. Han vuelvo a cerrar los aeropuertos.
Ya me imagino los titulares del ‘Evening Standard’ londinense: ‘El humo negro ha llegado a nosotros’ o ‘El inicio del fin ha comenzado’ o ‘Londres se enfrenta a una extraña, incontrolable y peligrosa masa de humo jamás antes vista en nuestra ciudad’.
Sí. Han vuelto a dejar a ‘La Isla’ sola, incomunicada y a la deriva. Es el momento perfecto para que los tabloides jueguen a ser Orson Welles por un día.

lunes, 12 de abril de 2010

Beauty is in the eye of the beholder

Existe una expresión inglesa que dice que la belleza está en los ojos del que mira ('Beauty is in the eye of the beholder'). Si sometiésemos la belleza a juicio y llevásemos esta idea al extremo, el que sea, estaríamos rozando la superficialidad en el sentido más amplio de la palabra.
Pues bien, eso debieron pensar los creadores de la web 'Beautiful People'.
Se trata de una red social muchísimo más exclusiva que todas aquellas que conocemos y que, algunos, usamos. Aquí no importa si eres simpático, si eres divertido, si te encanta el arte o si coleccionas muebles antiguos. No. Importan otras cosas. Importa la imagen. Importa ser guapo o guapa. Según sus creadores lo que realmente importa es 'la belleza', es decir, ser bello, guapo, no feo.
¡Qué disparate! Eso fue lo que pensé cuando iba camino al trabajo esta mañana. Mi viaje de diez minutos en metro me sirve para darme cuenta de cuántas cosas estúpidas se crean a diario en el mundo. Y lo que es peor, cuántas cosas estúpidas aparecen en los periódicos. Podríamos hablar de periódicos estúpidos también pero eso será otro día.
Hoy, viajando en metro y leyendo el Metro mi mente se bloqueó por un instante. Una noticia sobre esta red social atrajo mi atención. No pude resistir la tentación de leer semejante ''¿informacion?''.
El texto versaba sobre la gran acogida que ha tenido esta web a pesar de que en su lanzamiento mundial en octubre del año pasado casi 2 millones de solicitantes de 190 países se quedaron fuera. Sí, a parte de ser guapo hay que pasar una criba que determina si la belleza es o no belleza real. ¡Pobres feos!, pensarían los 'guapos' que sí fueron aceptados para formar parte de esta exclusiva (y superficial) red. De nuevo, ¡qué disparate!
El artículo se centraba, como no, en Inglaterra y en la belleza de los ingleses/as. En varias ocasiones noté como mis compañeros de vagón me miraban. Luego supe la razón. Sin darme cuenta, mi subconsciente provocaba en mi risas que se manifestaban de forma real. No era para menos. No podía parar de leer frases de esa gente 'guapa' que pudo formar parte de 'Beautiful People'. Frases (literales) como: ''no me importaría conocer a alguien que fuese increiblemente caliente hoy aquí -(se refería a una de las 'super' fiestas que la web organiza para esta hermosa gente)- a pesar de que no tuviésemos nada en común'', ''odio las páginas de citas, están llenas de mentirosos y psicópatas. Al menos en esta tienes que ser como apareces en la foto" (pobre ingenua), y una de las mejores: "estoy buscando matrimonio, estabilidad, a alguien con la personalidad de Simon Cowell". Solo se me ocurre añadir: ¡olé!
Leyendo estas afirmaciones entendí rápidamente todo. Y cuando digo todo es todo. Entendí porqué sólo podía entrar la gente guapa, pero guapa de verdad. Gente guapa de esa que de tan guapa que se cree que es se olvida de que hay cosas más importantes, más necesarias. Tal vez un cerebro para regir con propiedad, para afirmar y sentenciar con propiedad, dilucidar con propiedad ... en definitiva para entender que la belleza está en los ojos del que mira y que lo que para unos es un horror, para otros puede ser lo más maravilloso del mundo. Vale que no todos podemos tener la personalidad 'tan admirable y deseada' de Simon Cowell pero, al menos, que no nos falte la inteligencia.
Estos ingleses, de verdad, ¡qué especiales son!, ¡qué raros!, ¡qué ... ingleses! Lo más gracioso es que las estadísticas de la propia web sitúan a los hombres ingleses como los terceros más feos sólo superados en fealdad por los rusos y los polacos. ¿Las mujeres inglesas? Son, según las estadísticas, feas también. Muy feas. Las segundas más horrorosas después de las alemanas. ¡Qué disparate! Feos/as que se creen guapos/as y encima intelectualmente aún mas feos/as.
¿Con qué nos sorprenderá mañana el Metro en el metro? Seguiremos leyendo.

domingo, 11 de abril de 2010

Un día en el parque

Ha sido una mañana inolvidable,
como todas las que pasan en un parque.

¿No serás tú? ¿No serás tú?

Quizás no importa el sitio y eso está de más.

Suena el despertador. Desayuno fugaz mas ducha rápida. Carrera al supermercado. Tarjetas. Prisa. Gente. Carrera a la estación. Metro. Retraso. Caos. Multitud. Reencuentro tras retraso, caos y multitud. Destino alcanzado. Parque. Sol. Calor. Tranquilidad mas naturaleza y paz. Descanso. Fuera estrés. Felicidad.

Pues sí. Un día en el parque da para mucho. Mucho. Muchísimo. Sobre todo, y por encima de todo, para desconectar de la rutina, descansar y evadirse por un momento del estrés de las grandes ciudades.
La gente no anda, camina. La gente no tiene prisa. La gente ríe. La gente disfruta. La luz del sol les cambia. Nos cambia. Todo es tranquilidad. La tensión por no llegar tarde a cualquier sitio se desvanece y sólo interesa disfrutar. El tiempo se para. No corre. Las horas no existen. ¿Puntualidad? ¿Qué es eso? ¡Estamos en el parque! En el parque nada importa. No hay prisa, ni tensión, ni caos. Multitud puede que si pero no importa. La multitud es lo que nutre al parque de vida. ¡Qué vida cuando estamos en el parque!

Baby I have been here before
I know this room, I've walked this floor
I used to live alone before I knew you.
I've seen your flag on the marble arch
Jeff Buckley – Hallelujah

Gracias C., L., N. y M.

jueves, 8 de abril de 2010

Para que luego digan ...

Nos hemos acostumbrado a vivir con adelantos tecnológicos que siguen sorprendiéndonos día a día y que nos hacen la vida más sencilla, o más compleja, según cómo se mire y la persona que lo mire. Nuestros mayores, y los no tanto, suelen decir aquello de 'antes todo era mejor', 'no había tantas complicaciones' ... Quizá tengan razón. Lo más seguro es que lo digan porque temen no ser capaces de adaptarse a todos estos cambios que nos llegan de forma incesante.
Sea el motivo que sea lo que está claro es que tanto a ellos como al resto de los mortales el tren de la tecnología se nos escapa si no conseguimos seguir su ritmo. Y no hay que ser muy listos para darse cuenta de que no es muy aconsejable perderlo de vista en los tiempos que corren. Debo confesar que hay algo que comparto con ellos en esa idea de 'antes todo era mejor'. Antes, no hace muchos años, mandar cartas, escritas a mano, se convertía en una aventura que iba más allá de un simple modo de comunicación. Mandar cartas. Recibir cartas. Era tan entrañable ... Y eso es lo que, debido a las nuevas tecnologías y a los avances en la forma de comunicarnos, hemos dejado un poco al margen.
Cuando uno viaja al extranjero intenta evocar aquella rutina de escribir palabras, frases y párrafos donde se cuenta lo que acontece, las novedades, las curiosidades, etc. Con la misma ilusión de antaño uno lee y relee las palabras que han quedado grabadas en la parte trasera de un pequeño cartón con la foto de algún rincón de alguna ciudad. Con esa misma ilusión introduce la postal en el sobre. Con la misma ilusión uno se acerca a un buzón (típico buzón inglés) y deja caer la carta a ese vacío que creemos es infinito y en el que tememos que la carta, que con tanta ilusión hemos escrito, se pierda para siempre. Por eso, y que levante la mano el/la que no lo haya hecho nunca, metemos la mano para palpar el vacío, la nada, y así asegurarnos de que la carta ha caido en su sitio.
Pues bien. La tecnología será un fastidio para muchos pero, al menos, la seguridad que da saber que aquello que envías llega a los pocos segundos supera con creces a la inseguridad que provoca lanzar al vacío del interior de un buzón una carta que nunca sabes si llegará bien, si llegará a tiempo o simplemente si llegará.
Con esa ilusión de antaño metí una postal en un buzón inglés hace ahora un mes aproximadamente y aún sigo esperando que esa carta llegue a su destino. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Estoy convencido de ello porque la ilusión, sin duda, ya se me ha perdido para siempre. Para que luego digan que lo de antes era mejor.
Por todo esto me declaro seguidor absoluto de las nuevas tecnologías, a pesar de sus muchos inconvenientes, y proclamo mi descontento hacia el servicio postal (inglés). Todo llega, o eso dicen. Pues bien, espero que mi carta también llegue.

miércoles, 7 de abril de 2010

Mon - ja - mon - ja - mon ...

¿Nunca has jugado a ese juego? Si la respuesta es NO es que no has tenido una infancia normal.
Puede sonar estúpido y puede no tener sentido pero no es el caso. En las últimas 24 horas he repetido esa serie como una docena de veces. Vale, sí, en el fondo sí que es estúpido pero también es normal hacerlo cuando, después de tres meses sin poder comer jamón ibérico, abres la nevera y encuentras varias bandejas de productos ibéricos. Calidad. Cantidad. Vamos, lo que no sueles ver ni tener en una nevera cuando vives en Inglaterra.
Sí, puede sonar y ser estúpido pero saber que al abrir ese cofre llamado frigorífico vas a encontrar semejante tesoro uno se vuelve tan inocente y pueril que le vienen a la mente juegos estúpidos como esta serie de sílabas.Estúpido o no seguiré jugando hasta que mis bandejas con mi jamón (y mi lomo) desaparezcan. ¿Qué pasará después? Después ya habrá tiempo para otros juegos.

Ave Fénix

Ha pasado un mes desde que di señales de vida en mi último post. Sólo se me ocurre decir 'lo siento'. Mucha gente me ha reprochado el abandono del blog. Lo sé. Todo ha sido un cúmulo de circunstancias que me alejaron de mi pequeña ventana donde prometí contar cosas curiosas a la par que divertidas durante mi experiencia en Londres.
Han pasado muchas cosas desde que cerré parte de esta ventana. (De nuevo, lo siento). Por eso me he prometido a mi mismo escribir más a menudo para expresar lo que sienta, viva, vea y escuche por estas tierras. Así, todos aquellos que un día me dijeron 'deberías escribir más a menudo' podrán perdonarme.
Sí, he estado en España unos días y vengo con ganas de contarlo todo, todo y todo (como dirían en aquel famoso anuncio de televisión).
Por todo esto, como el Ave Fénix, resurjo de las cenizas de lo que un día fue un blog 'normal' y a la vida volverán todas aquellas historias y comentarios que Londres me depare.
Hasta 'luego'.