lunes, 19 de abril de 2010

Las apariencias (si) engañan (en Londres)

Oh, watch out! Watch out!
I'm cheating on you!

Franz Ferdinand – Cheating On You

Ha sido volver a casa y toparme con las casualidades. Una detrás de otra. Tanto para bien como para mal.
Esta mañana desde la oficina opté por escribir en el blog por aquello de hacer pequeños intervalos de descanso entre trabajo y trabajo. Claro está que en un museo se trabaja. Mucho. Unos más que otros pero, en definitiva, siempre hay algo que hacer. Escribía, como digo, suplicando que el famoso 'humo negro' que planea sobre nosotros se fuese. O al menos que lo hiciese la masa de humo extraño que se había colado en mi ordenador y me impedía conectarme a Internet.
Pues bien. Al llegar a casa todo estaba en su sitio. Tal y como lo dejé esta mañana antes de ir a trabajar. Pero, además, había algo nuevo. Algo que debería haber estado y faltaba desde hacía unos días. Sí. Efectivamente. Enciendo el ordenador y el efecto mortífero que el humo negro del volcán islandés había ejercido sobre mi portátil se había esfumado. Volvía a tener Internet. Volvía a estar conectado al mundo. Primera casualidad. Casualidad positiva.
La segunda de las casualidades ya no ha sido tan placentera. De todas formas pienso que, por alguna extraña razón, todo esto debía ocurrir para que las cosas volvieran a ser como eran, y como siempre debieron ser.
A escasos metros de entrar en mi casa escuché una voz. Era una voz familiar. Una de esas voces que, al escucharlas, te hacen recordar momentos, circunstancias, hechos. Era la voz de aquella joven. Una chica de unos treinta y pocos años estaba 'pidiendo' dinero. Estaba muy nerviosa. Su coche se había estropeado y había tenido que dejarlo en la gasolinera (gasolinera que se encuentra al lado de mi casa). Pedía 'unas moneditas' para poder pagar la gasolina que acababa de poner en su choche ya que había perdido, no sé muy bien de qué extraña manera y en que desconocidas circunstancias, sus tarjetas de crédito.
Esa historia me sonaba. Y me sonaba esa voz contándome esa historia. Me sonaba también la chica. Era ella. Ella me había contado la misma historia a mí hace aproximadamente una semana. Justo cuando Internet decidió irse a Islandia para volar entre la nubes con las cenizas. Ahora estaba contando la misma historia a los transeúntes. La gente, como yo, le daba esas moneditas que tienes por ahí sueltas para, de algún modo, contribuir a que la desesperada joven pudiese seguir con su vida, ir a por su coche, solucionar su problema. Todo era falso. Su nombre seguro que era falso, su aparente vida en Notting Hill era falsa, su coche, su apariencia, su historia. Todo. Todo era una mentira. Las apariencias me engañaron. Esa mujer me engañó al igual que esta tarde lo hacía con todo aquel inocente que se cruzaba.
De nuevo una estafa en Londres. ¿Casualidad? Esta, si es que es una casualidad, era de las negativas.
De todas formas, el día que le ofrecí esas monedas me sentí bien. Pensé que habría ayudado a alguien y que esa buena acción se vería recompensada. Ese mismo día me quedé sin Internet (... shit!). La casualidad ha hecho que hoy, cuando he descubierto la verdad sobre aquella mujer, todo haya vuelto a la normalidad, a su sitio. También Internet lo ha hecho y no es una apariencia de las que engañan, es una realidad.
Al menos ahora sí me siento bien. Aunque en mi bolsillo haya tres libras menos.

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