martes, 20 de abril de 2010

13, Rue del Percebe

Llaman a la puerta,
¡oh por Dios,
queréis callaros por favor!

Creo que ya empieza el show.

Love of Lesbian – Marlene, la vecina del ártico

Después de estar viviendo unos meses en el mismo lugar, un lugar nuevo por otra parte, uno llega a hacerse un esquema mental de ese escenario.

Como si del cómic de Francisco Ibáñez se tratase, yo también puedo decir que vivo en un 13, Rue del Percebe. En mi puerta también se puede ver el número trece, aunque mi calle tenga un nombre inglés.

Cuando vi ese número en la puerta de la casa donde iba a pasar los próximos meses un escalofrío recorrió mi cuerpo. No sé todavía muy bien si aquello era una buena señal o todo lo contrario. De momento, he tenido mis aventuras como le ocurre a todo aquel que viene a Londres a vivir. Lo de siempre. Lo típico: caseros que piden dinero por adelantado de semanas que han sido pagadas previamente, agentes inmobiliarios que se cuelan en tu casa, en tu habitación, a las nueve y media de la noche para mostrar el lugar donde vives a unas lindas jóvenes de América del Sur que van a echarte del piso porque una pareja de amigos ha alquilado también esa habitación (y tu sin saberlo y tu casero sin habértelo dicho)… vamos, lo habitual.

Pero entre todas esas cosas raras, extrañas, llamémoslas especiales, siempre existen aquellas que son las que, como digo, ayudan a configurar ese plano de situación. Son básicas. Fundamentales. Los compañeros/as de piso, por ejemplo, lo son pero también están los vecinos. Sí, en Londres la gente suele vivir en casitas adosadas, las típicas casitas adosadas inglesas. Yo no. Yo me vine a vivir a un edificio, de esos edificios típicos españoles con plantas, balcones, pisos idénticos (al menos por fuera) unos encima de otros. Como los de la Rue del Percebe. Pero vayamos por partes. Creo que será lo mejor.

Los compañeros de piso. En mi caso, dos chicos. Somos tres personas viviendo en la misma casa. Pocos metros cuadrados, tres habitaciones, un baño, un aseo y ‘el cuarto caliente’. No piensen mal. Es un pequeño habitáculo donde está la bomba de agua, los raros sistemas de calefacción inglés (de ahí el calor constante), la plancha, un radiocasete ochentero azulado, una percha sin perchas, baldosas sin usar, los restos de lo que un día fue una escoba normal… ¡ah! también está ahí Henry (la aspiradora) –nosotros tenemos a Henry (aspiradora macho), otros tienen a Hetty (aspiradora hembra). Sí. Los ingleses son así. Pues eso. Todo esto en un espacio pequeño.

Uno de mis dos compañeros casi nunca está en casa. Es chef. Trabaja en un restaurante. Tiene la habitación más grande; esa que un día hacía las veces de salón. Por eso ahora no tenemos salón. Una pena porque podríamos utilizar sus ausencias y sus constantes visitas a la casa de su novia para tener una sala común, pero no. El prefiere venir una vez cada dos meses y hacernos ver que, por alguna razón extraña, sigue viviendo en ese cuarto. Lo conocí al segundo día, cuando yo entraba en casa y él salía de la ducha. En fin. Así fue.

Mi otro compañero. El otro. El ser que habita en la habitación del centro. Ese compañero que todo piso inglés debe tener. Un compañero ideal. A este lo conocí cuando el entraba en el piso y yo salía de la ducha. Sí, nos gusta ser oportunos. Somos así en esta casa.

Como digo, este es el compañero ideal. Ideal para cogerlo por el pelo y arrastrarlo escaleras abajo hasta la puerta del portal. Sí. Le he cogido cariño, como ven. Un día de estos le explicaré con la mayor de las delicadezas qué significado tiene la palabra limpieza. Quizá también le venga bien saber lo que significa el orden, el jabón, el estropajo, el paño de cocina, la fregona, la papelera, el silencio (a ciertas horas del día)… se lo explicaré todo. Haré de él una persona… normal.

De todas formas él ya tiene bastante con ser como es. Tiene que ser muy difícil llegar a ser una persona así. Le ha debido costar mucho tiempo ser un cromañón semievolucionado que sólo conoce el arte de beber cervezas, ensuciar, descolocar y emitir sonidos extraños (normalmente guturales a la par que erótico-festivos) a altas horas de la madrugada (incluso por las tardes a la hora de la cena). Así es él. Me di cuenta de que me iba a costar mucho tiempo hacer de él una persona de provecho cuando hace unos días escuché cómo fingía sus propias cópulas. Sí, suena muy mal. Desde luego que suena muy mal, sonaba muy mal. Espero no volver a escucharlo.

Así son mis maravillosos compañeros de piso. Un inglés, un irlandés y un español. Formamos el chiste perfecto. Ahora, eso sí, gracia, ninguna. La gracia se encuentra de puertas para afuera. Mis vecinos. Esos si que son graciosos. Tengo de todo. Está la niña que los sábados juega a ser lobo porque le encanta hacer el rol de hombre y comerse a los pobres corderitos que suben y bajan las escaleras durante horas y horas antes de que mamá les llame para comer. También tenemos a la maniática de la limpieza que saca a Hetty (ella es una de esas inglesas que tienen a la aspiradora hembra) a pasear a las horas más tranquilas del día, es decir, las siete y las ocho de la mañana de los sábados y/o domingos. Al fondo de mi piso (el edificio tiene varias plantas, todas ellas con un balcón común que va de lado a lado) está el gato hinchable, un animal de unos doscientos kilos que se contonea de un lado a otro mostrando sus enormes encantos. También tenemos a los pequeños hoolingans ingleses, con camisetas de equipos ingleses, con cara de ‘me gusta meterme en problemas pero no mido más de un metro de estatura’, que inocentemente juegan a quemar en el rellano del portal todo aquello que se encuentran en la calle. No me puedo olvidar de la madre bakala, que saca sus altavoces al balcón para que todo el mundo escuche los últimos temazos de su amplio repertorio musical. También tenemos al señor mayor que sale a la puerta de casa para fumarse sus cigarrillos de dos en dos por miedo a morir y no haber acabado la cajetilla. Es muy frecuente encontrarse también por las escaleras, cuando subes o bajas, al perro asesino, y a su dueño claro. Pero para mí el vecino real es el perro, es el que siempre saluda. Te mira. Le miras. Te mira. Escapas. Te mira. Corres. Huyes. Maldices al dueño por no estar allí en ese momento y atarlo con una cuerda lo suficientemente fuerte y segura para que no abra esa boca y te trague de un bocado. Sé que nunca seré amigo de ese perro. Me mira mal. En la planta baja vive la seguidora número uno de Perdidos. Su puerta no se ve. Se intuye. Miles y miles de macetas con miles y miles de plantas, flores y palmeras esconden su puerta que lleva, sin duda, a algún sitio del más allá.

Compañeros. Vecinos. En el fondo me gustan. Muy en el fondo. Pero sé que si no fuera por ellos mi experiencia en Londres sería totalmente diferente. Y ya saben lo que dicen: mejor malo conocido que bueno por conocer.

Seguiré, si nada me lo impide, viviendo en mi particular 13 Rue del Percebe.

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